sábado, 26 de diciembre de 2009

La Unidad Nacional

En estos momentos en que se está discutiendo si los Estatutos Autonómicos se deben adaptar a la Constitución, o más bien esta última se debería adaptar a los Estatutos, resulta revelador la lectura de una artículo publicado en el periódico El Sol el 14 de mayo de 1931. El firmante del mismo, es uno de los mejores pensadores del siglo XX, perteneciente a la llamada Generación del 98, D. Miguel de Unamuno.
Como curiosidad, el momento de su publicación coincide con el triunfo de las izquierdas en las elecciones celebradas en la recien estrenada II República Española. Hay que reconocer que se ha retrocedido un gran trecho, y que hoy se carece de pensadores de la talla del que comentamos.
A continuación se transcribe el citado artículo sin quitar ni una coma.

Hay otro problema que acucia y hasta acongoja a mi patria española, y es el de su íntima constitución nacional, el de la unidad nacional, el de si la República ha de ser federal o unitaria. Unitaria no quiera decir, es claro, centralista, y en cuanto a federal, hay que saber que lo que en España se llama por lo común federalismo tiene muy poco de federalismo de Tite Fedendist o New Constitution, de Alejandro Hamilton, Jay y Madison.
La República española de 1873 se ahogó en el cantonalismo disociativo. Lo que aquí se llama federar es desfederar, no unir lo que está separado, sino separar lo que está unido. Es de temer que en ciertas regiones, entre ellas mi nativo País Vasco, una federación desfederativa, a la antigua española, dividiera a los ciudaddanos de ellas, de esas regiones, en dos clase: los indígenas o nativos y los forasteros o advenedizos, con distintos derechos políticos y hasta civiles. ¡Cuántas veces en estas luchas de regionalismoso, como se les suele llamar, de nacionalismos, me he acordado del heróico Abraham Lincoln y de la tan instructiva guerra de secesión norteamericana! en que el problema de la esclavitud no fue, como es sabido, sino la ocasión para que se planteara el otro, el gran problema de la constitución nacional y de si una nación hecha por la Historia es una mera sociedad mercantil que se puede rescindir a petición de una parte, o de un organismo.
Aquí, en España, este problema se ha enfocado sentimentalmente y sin gran sentido político, por el lado de las lenguas regionales no oficiales, como son el catalán, el valenciano, el mallorquín, el vascuence y el gallego. Por lo que hace a mi nativo País Vasco, desde hace años vengo sosteniendo que sí sería torpeza insigne y tiránica querer abolir y ahogar el vascuence, ya que agoniza, sería tan torpe pretender galvanizarlo. Para nosotros, los vascos, el español es como un máuser o un arado de vertedera, y no hemos de servirnos de nuestra vieja y venerable espingarda o del arado romano o celta heredado de nuestros abuelos, aunque se los conserve, no para defenderse con aquélla ni para arar con éste.
La biligüidad oficial sería un disparate; un disparate la obligatoriedad de la enseñanza del vascuence en el país vasco, en el que la mayoría habla español. Ni en la Irlanda libre se les ha ocurrido cosa análoga. Y aunque el catalán sea una lengua de cultura, con una rica literatura y uso cancilleresco hasta el siglo XV, y que enmudeció como tal en los siglos XVI, XVII y XVIII, para renacer, algo artificialmente, en el XIX, sería mantener una especie de esclavitud mental el mantener al campesino pirenaico catalán en el desconocimiento del español - lengua internacional -, y sería una pretensión absurda la de pretender que todo español no catalán que vaya a ejercer cargo público en Cataluña tuviera que servirse del idioma catalán, mejor o peor unificado, pues el catalán, como el vascuence, es un conglomerado de dialectos.
La bilingüidad oficial no va a ser posible en una nación como España, ya federada por los siglos de convivencia histórica de sus distintos pueblos. Y en otros aspectos que no los de la lengua, la desasimilación sería un desastre. Eso de que Cataluña, Vasconia o Galicia, hayan sido oprimidas por el Estado español no es más que un desatino. Y hay que repetir que unitarismo no es centralismo. Mas es de esperar que, una vez desaparecidos los procedimientos de centralización burocrática, todos los españoles, los de todas las regiones, nosotros los vascos, como los demás, llegaremos a comprender que la llamada personalidad de las regiones - que en gran parte, como el de la raza, no es más que un mito sentimental - se cumple y perfecciona mejor en la unidad política de una gran nación, como la española, dotada de una lengua internacional. Y no más de esto.