lunes, 28 de diciembre de 2009

Distintos modelos ecológicos.

La ecología (del griego «οίκος» oikos="casa", y «λóγος» logos=" conocimiento"), es la rama de la ciencia que se ocupa de las interacciones entre los organismos y su ambiente. El término Ökologie fue introducido en 1869 por el prusiano Ernst Haeckel en su trabajo Morfología General del Organismo.

La ecología como concepto científico es relativamente reciente, pero sin embargo la preocupación del hombre por el medio ambiente no lo es. En mayor o menor medida los hombres siempre se han preocupado por el medio ambiente:



· La limpieza de los ríos

· La conservación de los espacios naturales

· La protección de los animales.


A menudo se ha pensado cómo arbolar las ciudades, cómo levantar nuevos parques, cómo conocer más y mejor los misterios de la vida.


En el mundo griego, destacan:

· El proyecto de Platón de construir la ciudad ideal, pensada para vivir en armonía con el ambiente exterior

· Los estudios de Aristóteles sobre los animales y las plantas, que le permitían repetir una y otra vez que la naturaleza “no hace nada en vano”.


Los hebreos soñaban una tierra prometida donde manase leche y miel, o donde el niño pudiese jugar con el león.


Las enseñanzas de San Francisco, le llevaban a designar a los animales con el calificativo de “hermano”.


Muchos otros pueblos han celebrado ritos y fiestas por las cosechas, y han soñado en momentos de paz y de equilibrio entre hombres, animales y plantas.

A simple vista, uno puede pensar que todos los modelos ecológicos son iguales. En ellos se busca conocer a fondo las distintas relaciones entre los seres vivos y el ambiente que los rodea. Pero en seguida se detectan diferencias profundas.


Se puede hablar, entre otros, de tres modelos distintos.


El primer modelo se limita a analizar la situación actual y qué cambios se están produciendo, sin emitir ninguna opinión sobre si es bueno o malo lo que ocurre. Se trata de una ecología que podríamos calificar de “neutra”. Si un volcán arrasa miles de hectáreas haciendo que ardan las plantas y matando las especies animales que las pueblan, se limitará a constatar el hecho en sí. Lo mismo se aplica a la contaminación derivada de la actividad humana. La ecología neutra no se pronuncia ni quiere pronunciarse sobre esto: lo describe simplemente.


El segundo y tercer modelo se parecen, pues parten de la base que se puede distinguir entre la bondad de los cambios que se están produciendo. Se diferencian, sin embargo, a la hora de determinar que cambios ecológicos son buenos y cuáles son malos, analizando el por qué.


El segundo modelo toma como punto de referencia una situación que define como ideal, que sería buena para que todos los organismos puedan convivir en equilibrio, sin realizar entre las especies animales y vegetales ninguna discriminación. Así, consideran los cambios climáticos en los últimos siglos, las especies animales y vegetales que han dominado en amplias llanuras o en selvas ecuatoriales, son algo bueno en sí, que habría que conservar. Algunos de estos ecologistas ven, como principal enemigo de este equilibrio ecológico, al hombre (no a todos), en cuanto que ha destruido millones de hectáreas de bosques, ha contaminado ríos y mares, y ha terminado con la vida de un número incontable de animales y plantas. Llegando incluso, ha su extinción.


Según el criterio de bien que se escoge en este modelo, habría que tomar soluciones drásticas, aunque puedan resultar dolorosas: disminuir el nivel de vida de las personas acomodadas, impedir a los países pobres que copien los ejemplos de los países industrializados, controlar la natalidad, etc. Habría que conseguir, entre otras cosas, eliminar la utilización de los motores de combustión, volver al sistema antiguo del cultivo de la tierra, suprimiendo el uso de fertilizantes industriales. No falta quien diga que sería bueno disminuir el número de seres humanos del planeta, para conseguir así un equilibrio ecológico idealizado. Los caminos para esta disminución pueden ser muchos, entre los cuales destacan tres:


· La esterilización

· El aborto.

· La eutanasia.


Dentro de esta perspectiva hay quien ha llegado a decir que el ser humano es como un tumor o un cáncer que está dañando al planeta Tierra. Quien afirma esto sabe cuál es la “solución”: los tumores se curan eliminándolos…


El tercer tipo de ecología también habla de un “bien” y un “mal” a la hora de valorar cada ecosistema, pero establece el criterio de lo que se debe hacer o evitar no en función del equilibrio en sí, sino en función del propio ser humano. Es una ecología de tipo humanístico. Es imprescindible cuidar el agua, el aire, los bosques, etc. y es bueno porque todo ello hace más hermosa y más digna la vida del hombre. Tanto de los que pueblan la Tierra, como de las generaciones venideras. El hombre, en esta perspectiva, no es el malo del planeta, ni un “cáncer” a extirpar. No hay que promover la esterilización ni el aborto ni las cámaras de gas para eliminar a los hombres que “sobran” o para impedir que puedan llegar a nacer. El hombre es el que administra un tesoro, un sistema de vida y de muerte, que nunca acaba de controlar del todo, y que debe respetar, si quiere sobrevivir y si quiere hacer más amable la existencia del resto de los seres humanos. El hombre, que en sí no es malo, puede serlo si vive de modo irresponsable y arbitrario, si daña de modo indiscriminado el ambiente o destruye a los animales y las plantas por ignorancia, o lo que es aún peor por puro egoísmo.


Es cierto (primer modelo) que el equilibrio actual no es estático, y que está sujeto a una serie de fenómenos naturales que podría hacer que se convirtiese en un vergel el actual desierto del Sahara, o que se convirtiese en zona desértica la selva del Amazonas. Pero no se puede quedar con los brazos cruzados: se puede, y se debe hacer todo lo posible para controlar la contaminación atmosférica, defender los espacios naturales de los incendios o de la erosión por falta de vegetación. Es cierto también (segundo modelo) que algunos hombres han abusado de los bienes de la tierra y han destrozado el equilibrio ecológico anterior que podríamos calificar de bueno, aunque no perfecto. Pero la culpa de esos hombres no puede ser nunca motivo para acusar a todo el género humano como si fuese el “animal malo” del planeta. Además, la idealización de un modelo ecológico no podrá justificar nunca que unos, en nombre del ecologismo internacional, pretendan eliminar a otros o controlar de modo salvaje e inhumano su fertilidad o su misma existencia.


Pero lo más cierto (tercer modelo) es que la ecología verdadera debe ser humanista: debe defender el valor de todos y de cada uno de los seres humanos, o no podrá ofrecer criterios justos para custodiar el patrimonio terráqueo de todos. Sólo por amor al hombre protegeremos y conservaremos las riquezas de un planeta que, gracias al trabajo y al ingenio de millones de hombres que han vivido antes que nosotros, nos ha permitido disfrutar.


La ecología no puede dejar de ser humanística. Necesita conocer y amar al hombre, a cada hombre. De este modo podremos proteger e, incluso, mejorar, los ecosistemas en los que se desarrolla la vida terrena, y en la que vivirán, si así lo quiere Dios y lo permiten los hombres, las generaciones futuras.